Hubo un naranjo y dos perales de San Juan y un seto enorme de hortensias junto a la verja, pero cuando los caseros parcelaron el terreno los talaron. Luego construyeron un chalé, para unos franceses. Mi madre desayunaba peritas, y al llegar a la casa en agosto colocaba lo primero un jarrón con hortensias en la mesa de la cocina. Luego hubo un castañar, debajo de la finca y fuera de la valla, y unos eucaliptos altos y mi hermana bajaba por la noche hasta allí a fumar porros y a hablar por teléfono con sus novios, de adolescente. A mí, de niño, esos árboles me aterraban. Los caseros envenenaron los eucaliptos hasta ponerlos amarillos, y los talaron, y los castaños también. Entonces tuvimos vistas por primera vez desde la explanada frente a la casa: cuando llegamos, no sabíamos que ahí detrás estaba la ría. También hubo un gallinero bajo la explanada; tenía un manzano grande aunque escuálido del que cogíamos las fruta con un ganapán largo, y una higuera que era pequeña pero que, antes de que la talaran, llegó a ser muy grande. Uno y otro tiraban higos y manzanas al corral, para que se las comieran las gallinas y las avispas. De noche las gallinas no hacían ruido, aunque las asustaras; las avispas creo que no salen de noche, o no las he visto. Yo cada mañana, de pequeño, me despertaba pronto y bajaba corriendo en babi y zapatillas al gallinero; sacarlas del jaulón y verlas picar los frutos me gustaba. Tenía una vara con la que daba golpes en un tronco y separaba al gallo grande del chico para dejarle solo con las gallinas. Cuando murió la casera, no tardaron en desaparecer las gallinas. Claro, fue casi nuestro último año. Hubo un gallinero, con un manzano y una higuera, pero ya no hay higuera ni manzano, y el gallinero no tiene techo ni paredes. Da lástima cómo se puede abandonar algo tan pequeño. El casero dijo que ahí quería construir una piscina. Se vería la ría, decía. Luego vino la crisis. Se mudó a una ciudad más grande con su nueva novia. Casi ya no pasa por la casa que ahora alquila a otra gente diferente cada agosto. En el corral, dice, plantará un nuevo jardín. La higuera no dejaba crecer nada, y el manzano estaba enfermo. Sus frutos ya no alimentaban a nadie, y cada vez hay menos avispas. Un jardín nuevo, sí, como con el naranjo y los perales y el castañar. Hace mucho tiempo que todo es nuevo. Bueno, ni el casero ni nosotros vamos ya mucho por allí; ni siquiera sé si el recuerdo vuelve a menudo. No hay nostalgia: realmente es un jardín nuevo aunque para otros que no conocieron el antiguo. No hay nada que se parezca más al patrimonio, como no hay nada más estúpido. Será un naranjo, dice, lo que plantará en el gallinero.
(Los reales sitios, de Juan de Salas. 2022)